MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
24 de enero
No hubo para él una voz
Claramente, Isaac es un tipo
de Cristo. Su lugar privilegiado en el corazón del padre, su condición de
heredero de todo... Todo Isaac es Cristo prefigurado, anticipado.
Pero hay una excepción
notable.
...
Isaac era entonces un joven
imberbe. Camina al lado de su padre; dos siervos le acompañan. El anciano ha
estado particularmente enigmático esta vez. Nada ha comunicado a su hijo acerca
del móvil del viaje. Caminan uno, dos, tres días. Por fin llegan al lugar. Los
criados son dejados atrás. Siguen su viaje Abraham y su hijo. El rostro del
anciano patriarca denota una velada preocupación.
– Padre mío.
– Heme aquí, mi hijo.
– He aquí el fuego y la
leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?
– Dios se proveerá de
cordero para el holocausto, hijo mío.
Diálogo escueto. La fe del
padre no alcanza a cubrir el desconcierto del hijo.
El altar es levantado por
cuatro manos anhelantes. Unas temblorosas, las otras intrigadas. La leña es
puesta sobre las piedras. El joven es atado. Su desconcierto se convierte en
estupor. El cuchillo brilla, el filo ha sido aguzado. La mano se alza, el niño
se agacha. La mano tiembla, la mirada es un desesperado clamor. El padre vuelve
sus ojos hacia otro lado...
Una voz imperiosa se oye. La
mano de detiene justo a tiempo.
...
Dos mil años después, muy
cerca de allí, la escena se repite con pasmosa similitud. El Hijo es puesto en
el altar, la mano se alza, el joven se agacha. La mano tiembla, la mirada se
torna un desesperado clamor. El Padre vuelve sus ojos hacia otro lado ...
¿La voz imperiosa? No se
oye... ¡Ay!, no se oye...