MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
23 de enero
Entre la devoción y la traición
El relato de Marcos es sobrio
y preciso. En el capítulo 14, en dos versículos sucesivos: 9 y 10, une a dos
personajes, muy ligados ambos a la vida del Señor Jesús, pero con muy distinta
suerte. Dos personajes que son dos formas de estar delante del Señor.
El primero de ellos es una
mujer: La mujer que unge al Señor en casa de Simón el leproso. No se nos indica
aquí su nombre. Pero eso es lo de menos. Lo que importa es el gesto.
Esta mujer lleva un presente
al Señor. Ha escogido el mejor perfume y con él unge su cabeza. La mujer está
llena de gratitud, de ternura por el Señor. Ha traído lo mejor de sus
ungüentos. Es todo su tesoro. ¿No es un buen perfume, para toda mujer, un fino
tesoro?
Los discípulos no entienden
el gesto. Su corazón es aún estrecho. Murmuran contra ella. No entienden. Ella
se les adelanta en la valoración del Maestro. Más tarde, también ellos lo
apreciarán así. Ahora es la mujer innominada que se les adelanta a amarle, a
acariciarlo como ellos no podían hacerlo.
Pero aquí, en este momento,
según el relato de Marcos, surge otro personaje: este sí es nominado. Su nombre
ha recorrido las épocas y latitudes con su peso de ignominia y muerte: Es Judas
Iscariote.
Él ha estado más de tres años
con el Señor. Ha tenido oportunidad de verle, como pocos, en su debilidad y en
su gloria. Ha escuchado desgranarse de sus labios la riqueza del Cielo. Las
necesidades del hombre han ocupado sus días y sus noches. Ha recorrido toda la
tierra de sus padres, palmo a palmo; ha llevado su cargamento de vida para
derramarla sobre los corazones amortecidos.
Ahora, en el momento crucial,
Judas le traiciona. Ha olvidado todo, ha desconocido todo, ha menospreciado
todo. Transforma el abrazo fraterno en puñalada artera. Es uno de los íntimos,
pero le traiciona.
La mujer y el hombre. Esta
mujer y este hombre. La devoción y