MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
19 de enero
A otros, no a sí mismo
“A otros salvó; sálvese a sí mismo... Si tú eres
el rey de los judíos, sálvate a ti mismo...” (Lucas 23:35, 37).
Los gobernantes de Israel le dirigieron estas palabras a Jesús, y también los soldados
romanos. Eran crueles palabras de escarnio. Ellos habían oído acerca de su
pretendida condición de Salvador. Habían oído de sus prodigios y de cómo había
perdonado los pecados de los hombres. Ahora querían verlo salvarse de la
muerte.
Sin embargo, ellos no lo
habrían de ver.
Si Jesús se hubiese salvado
de la muerte, no habría salvado a nadie. Salvar a otros y salvarse a sí mismo
eran dos cosas irreconciliables, incompatibles. Y Jesús no vino para vivir,
sino para morir. Si no hubiese muerto, el grano de trigo habría quedado solo, y
la voluntad de Dios era que su vida se replicara en muchos más. El grano de
trigo tenía que morir. Era la condición indispensable para la multiplicación.
Lo que en boca de los
gobernantes era un frase venenosa, era también el
atisbo de una gloriosa verdad. “A otros salvó” – dijeron, con
verdad. Pero no dijeron bien lo segundo.
Muchas veces Satanás y los
hombres instigaron a Jesús para que hiciera cosas en beneficio propio. Muchas
veces también lo hace con los seguidores de Jesús. Basta que digan una sílaba, y
todo se vuelca a favor de ellos, la cruz se evade, la muchedumbre aplaude, la
vida se salva.
Pero Cristo no hizo así.
Salvarse a sí mismo equivalía
a desdecir todo su mensaje, a olvidar al hombre en su caída, a ponerse bajo la
voluntad del diablo y del mundo. Salvarse a sí mismo hubiera sido aún desgracia
mayor aún que la caída de Adán.
Pero Jesús no hizo nada por
salvarse de