MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
15 de enero
El siervo hebreo
Un siervo entra a servir en
casa de un amo. Su compromiso es servirle por seis años, y al séptimo saldrá
libre.
Pero en el transcurso de esos
años el amo le da una mujer, con al cual se casa, y en la cual procrea hijos.
El amor lo cautiva, los lazos se refuerzan, el corazón del siervo se desborda
en afectos hacia su mujer y hacia sus pequeños hijos. Pronto llega el séptimo
año. La ley está a su favor, tiene la prerrogativa de irse, pero deberá irse
solo. Entró solo, y deberá salir solo.
Puede obtener su libertad,
pero a cambio de su soledad. ¿Qué hará?
Para él ya no hay duda.
Aunque otros no lo entiendan, y le tachen de loco, él se inclina a favor de los
que ama. Entonces dice: “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no
saldré libre:” Lo comunica a su amo, y éste, de acuerdo a la ley,
solemnemente, lo lleva ante los jueces, le hace pararse junto a la puerta o al
poste, y le horada la oreja con lezna, y lo declara
su siervo para siempre.
Un hombre libre se hace a sí
mismo esclavo por amor. Un hombre libre, que trabajó seis años la servidumbre
dulce de un amo cariñoso se convierte a sí mismo en siervo perpetuo.
¿Podéis reconocer en este
siervo a aquel Siervo excelentísimo, hecho siervo por amor después de dejar la
gloria de su Padre, de despojarse de su forma de Dios para tomar forma de
siervo? Él se despojó a sí mismo, y bajó todo lo que había que bajar para
hacerse hombre.
Jesús amó tanto a la esposa
que Dios le dio –la Iglesia– que aceptó
asumir la servidumbre, y llevar sus marcas en su cuerpo de carne para siempre.
Su existencia en el trono del
Padre por todas las edades estará sujeta a su forma de hombre, y en su oreja
–por así decirlo– está la marca de una
lezna que le hirió vivamente en la Cruz del Calvario.
Él fue quien mejor dijo aquellos palabras: “Yo amo a mi Señor, a mi mujer y a
mis hijos, no saldré libre”. ¡Oh, qué vivo
amor! ¡Oh, y qué cruel martirio sufrió a causa de sus
nobles afectos!