MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
6 de enero
La Roca que nos acompaña
Después
de salir de Egipto y cruzar el Mar Rojo, el pueblo entró en el desierto y tuvo
sed. En el principio de nuestra vida cristiana, sólo en el desierto Dios
consigue hablar al corazón (Os. 2:14).
La
primera vez, Dios les dio agua de una fuente amarga que se tornó dulce, pero la
segunda vez el agua brotó de una roca. Y esta roca era Cristo (1ª Cor. 10:4).
Por donde iba el pueblo, también iba Cristo. La roca fue herida para que
pudiésemos beber de la fuente de la vida.
Pero
hubo un tercer episodio relacionado con la falta de agua que también trae una
enseñanza muy preciosa para nosotros en esos días (Núm. 20:2-13). La primera
vez, Dios dijo a Moisés que hiriese la roca con la vara, pero esta vez, que tomara
la vara y hablase a la roca. La roca ya había sido herida, y debía ser herida
sólo una vez. Ahora Dios quiere sanar y no herir, ahora Él quiere curar y
santificar su pueblo por su Palabra (Sal. 107:20).
Pero
Moisés desobedeció. Él hirió la roca dos veces. ¿Cuántas veces no hemos tomado
nosotros esta misma actitud? En vez de usar la palabra de Dios para sanar, la
usamos para herir a los hermanos. Dos veces. Herimos al Señor y herimos a la
iglesia, que es Su cuerpo (Hech. 9:5).
Aun
cuando el pueblo esté en rebeldía, como estaba la nación de Israel en Meriba, no podemos airarnos y herir a Su iglesia con Su
Palabra. En toda situación, el siervo del Señor debe siempre corregir con
mansedumbre, porque la Roca siempre estará a disposición de todos, para dar agua
y manifestar gracia a todo hombre sediento.
Esta
Roca nos acompaña, y nos acompañará hasta el fin, dando aguas purificadoras y
santificadoras. Que cada uno de nosotros mire a la bendición de la Roca y no al
pecado del pueblo. Que podamos ayudar el pueblo a esperar, a confiar, y a tomar
el agua de ella siempre que sea necesario.