MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
5 de enero
Las dos visiones de Jesús
El
verbo ver en las Escrituras es muy significativo. En nuestro idioma ver es
mirar, fijar los ojos, pero en el original griego el verbo ver puede tener
varios significados.
Juan
20:6-8 nos muestra más claramente sobre esto: "Luego llegó Simón Pedro
tras él, entró en el sepulcro y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que
había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino
enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo que
había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó".
Cuando
dice que Pedro vio los paños, el verbo en el original griego es teorei. Allí
dice que él contempló, examinó, pero no pudo comprender como el sudario podía
estar enrollado separado de las sábanas. Y, cuando habla de Juan, el verbo vio
en el original es eiden, esto es, vio y comprendió, entendió qué Jesús había
resucitado, y entonces creyó. Pedro vio los paños, y formuló varias teorías,
pero Juan tuvo revelación en su visión y pudo creer.
Pero
Juan tuvo otra visión de Jesús en Apocalipsis 1:12-18. En la primera, él tuvo
una visión de fe. Sus ojos fueron abiertos para creer en el Señor y en la obra
realizada en la cruz. En aquel momento él sólo tuvo la revelación de Su
resurrección, pero en la segunda vio a Jesús en toda su gloria. El apóstol
Pablo también tuvo estas dos visiones. La primera fue en el camino de Damasco;
la segunda, cuando fue arrebatado al tercer cielo, donde oyó cosas inefables
que al hombre no es digno expresar (2ª Cor. 12:1-4).
La
primera visión que tuvimos fue para darnos entendimiento por el Espíritu para
comprender las cosas que nos fueron datas gratuitamente por Dios. Cosas que los
ojos carnales nunca vieron y jamás pudieron ver (1ª Cor. 2:9-13). Pero se
necesita otra visión, la de Jesús glorificado. Para ver esto es necesario otro
milagro del Señor: que Él nos dé en su conocimiento el espíritu de sabiduría y
de conocimiento. Esta es una visión que viene por los ojos espirituales (Ef.
1:17-20).
La
cura del ciego de Betsaida también nos enseña sobre esas dos visiones de Jesús
(Luc. 8:22-25). La primera es un milagro real. Fuimos regenerados, libertados
de nuestra naturaleza perversa y esclava del pecado para que andemos en novedad
de vida. ¿Pero logramos así ver al Señor? Este ciego no vio al Señor. Como
aquel ciego, nosotros también podemos andar un buen tiempo sin ver claramente, viendo
apenas a los hombres, y no al Señor.
Creo
que sólo después de ver a Jesús el Cristo exaltado a la diestra de Dios, con
todo poder en los cielos y en la tierra, pondremos nuestros ojos en él, el
autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2). Sólo después de eso, haremos como
Juan: caer a sus pies como muertos; negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra
cruz y seguirle.