MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
2 de enero
Aceptando el examen de Dios
La
despedida de Samuel, el gran siervo de Dios, tiene una nota de satisfacción.
Esto, porque puede exhibir ante su pueblo una vida impecable, sin reprensiones:
"Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová", dice confiadamente
(1 Sam. 12:3). Luego, confronta al pueblo con su
propia justicia, diciendo: "Atestiguad … si
he tomado el buey de alguno, si he calumniado a alguien, si agraviado a alguno,
o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré".
El pueblo no puede sino confirmarla: "Nunca nos has calumniado ni
agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre".
¿Es
esto una vana justicia propia, o es la justicia que Dios espera, y aún exige de
sus siervos? No es, por supuesto, una vana justicia propia, porque la Escritura
nos atestigua que llegará el día en que todos seremos juzgados, no ya delante
de los hombres, sino delante de Dios por lo que hicimos mientras estuvimos en
el cuerpo (2ª Cor. 5:10). Será una justicia procedente de nuestras obras, luego
de haber sido salvados por fe y haber visto la inutilidad de nuestros esfuerzos
por agradar a Dios. Será una justicia procedente de la fe, obtenida en el
espíritu de la resurrección de Cristo.
Nuestra
preocupación debiera ser, entonces, cómo concluir así también nuestra propia
carrera. Cuando miramos a Josué y a Pablo percibimos en sus discursos de
despedida la misma satisfacción (Josué 24 y Hechos 20). Josué habla con la
autoridad de la misión cumplida. Pablo, por su parte, pone delante de los
ancianos de Éfeso toda su trayectoria sobre la
balanza: "Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el
tiempo, desde el primer día que entré en Asia … Yo os protesto en el día
de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos…".
¿Cómo
se puede llegar a esta meta? Sin duda, la fe de ellos permitió a Dios
sostenerles y guardarles. Su fe fue grande, y su consagración, completa. Samuel
podía decir: "Yo he andado delante de vosotros desde mi juventud hasta
este día". Y Pablo dice: "Nada que fuese útil he rehuido de
anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas".
Sin
embargo, hay algo más. Ellos debieron estar ejercitados en recibir el examen y
la corrección de Dios. Seguramente, hubo muchas ocasiones en que se sometieron
voluntariamente a Su luz para ser reprendidos por ella. En ese noble ejercicio
ellos aprendieron a juzgarse, a no confiar en sí mismos, a pedir de Dios la
gracia y la fuerza para vivir irreprensiblemente.
Seguramente
ellos reconocieron su pequeñez, y su fragilidad, y recibieron oportunamente el
socorro de lo alto. Sometiéndonos a la luz, juzgándonos, despojándonos de todo
pecado y toda mancha, y echando mano al poder de la gracia de Dios, es como
avanzamos por al camino de la perfección.
El
Señor nos conceda la gracia para vivir así, y agradarle completamente.