MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
1 de enero
La peor ceguera
Nosotros
pensamos que la ceguera y la sordera espiritual son solamente del hombre impío.
Pero la peor ceguera y sordera es la nuestra, la de quienes tenemos ojos para
ver y oídos para oír, cuando volvemos la espalda al Espíritu Santo (Heb. 3:7-8).
Nacimos
de nuevo para ver el reino de Dios, y nacimos del Espíritu para entrar en este
reino (Juan 3:3-5). Nuestros ojos fueron abiertos para ver a Cristo y su reino
en nosotros, porque fuimos hechos por Él un reino y sacerdotes para Dios (Ap.
1:6).
Pero,
como aconteció con aquel ciego de Betsaida, nosotros, al principio, no percibimos
claramente las cosas de Dios (Mr. 8:22-25). Los ojos de nuestro entendimiento
aún deben ser abiertos que veamos más allá de nuestra redención (Ef. 1:18-19).
Por eso es necesario que el milagro continúe, para que podamos ver totalmente.
Necesitamos volvernos fructíferos en el conocimiento de Cristo. Para esto
tenemos que añadir a nuestra fe la virtud.
La
fe sin obras es muerta, pero la fe operante, la fe que es del Hijo de Dios,
obra en nosotros lo que es agradable delante de Dios por medio de Jesucristo (Heb. 13:21). No son sólo obras, sino obras de fe. Por eso,
en su segunda carta, Pedro continúa diciendo: "Añadid a vuestra fe,
virtud; a la virtud, conocimiento". La virtud es la acción de la persona
de Cristo en nosotros, operada por fe, y esta virtud trae conocimiento de él.
En
ese conocimiento gozamos del fruto del Espíritu, que es dominio propio,
longanimidad, piedad, fraternidad y por fin el amor, el vínculo perfecto, la
esencia de Dios. Abundando en nosotros esas cosas, no estaremos ociosos ni sin
fruto en el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Noten que es en el
"pleno" conocimiento, no sólo en aquel conocimiento primario de
nuestra redención.
El
Espíritu continúa enseñándonos que, en quien no están estas cosas, es 'ciego',
viendo solamente lo que está cerca, olvidándose hasta de la purificación de sus
antiguos pecados (v. 9). Esta es una palabra de exhortación a los santos que
fueron regenerados. Son hijos de Dios que vieron sus pecados perdonados, pero
por no crecer en el conocimiento de Cristo, se olvidaron hasta de su redención.
Éstos, a pesar de tener ojos para ver, son llamados ciegos e infructíferos.
Por
eso no necesitamos sólo de visión, sino de vida. En Él está la vida, y la vida
es la luz de los hombres (Juan 1:4). Sólo podemos ser luz si la vida de nuestro
Señor es abundante en nosotros. Y sólo puede ser abundante si tomamos nuestra
cruz y lo seguimos.