MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
29 de agosto
Volviendo a la Fuente
La vida del cristiano pareciera ser un
remanso de aguas quietas. Sin embargo, no es así. Si bien es cierto que el
Señor puso un río dentro del creyente, hay veces en que éste se seca.
Cuando un hombre o una mujer se convierten a
Jesucristo, por la maravillosa gracia de Dios, todo su ser experimenta un
poderoso milagro. Su vida es transformada, sus pecados son perdonados, y su ser
interior –su espíritu– se convierte en un
torrente de vida y gozo. Su sequía –es decir, su insatisfacción espiritual– desaparece. El vacío de su alma ha sido
llenado.
No obstante, tal como Pedro que, al caminar
sobre el mar, se comenzó a hundir, el creyente, que también camina sobre su
propio mar tempestuoso, comienza a tambalear en su senda. Entonces, de pronto,
el gozo da lugar a la tristeza, la paz a la aflicción, la fe a la
incertidumbre, la satisfacción del alma a la más profunda frustración.
El río de Dios se ha secado. Tan pronto esto
ocurre, el hambre reaparece, la sed vuelve a resecar los labios, y la
insatisfacción retoma las riendas del alma. Todo resulta mal, y se trastoca,
como antes. En el entorno, las personas se vuelven antipáticas y hasta odiosas,
los amigos le traicionan, Dios le ha olvidado (Bueno, para ser sinceros, es él
que se ha olvidado de Dios), el trabajo se torna intolerable y el descanso es
insípido.
La causa de esto es muy simple, pero aún
así, muchos hijos de Dios no son conscientes de ella. El Señor Jesús dijo:
"Si alguno tiene sed, venga a mí y beba ... de su
interior correrán ríos de agua viva" (Jn.
7:37-38). La sed es una necesidad básica. La sed del alma –mejor, del espíritu– lo es aún más. Esta sed no tiene ninguna
posibilidad de ser saciada de otra manera que no sea en Cristo y por el
Espíritu de Cristo.
El creyente que ha perdido el sentimiento de
la presencia de Dios, y que se ha olvidado de que Dios es suficiente procurará
apagar su sed con un agua que no sacia, y escapar del desierto con paliativos
inútiles. Esta sed se expresa de muchas maneras, pero todas ellas implican la
opresión del espíritu, la asfixia del alma, y aun el dolor de los huesos. Todas
marchitan el corazón del creyente, como el sol implacable del verano sobre la
tierra árida.
Si, en su desgracia, él busca paliativos que
no sean Cristo mismo, tomará un largo camino, seco y árido, donde no hay aguas.
Puede buscar en los negocios, en el arte, en la política, en el trabajo, en los
placeres, pero todo será inútil.
Cuando el río se seca sólo sirve ir a