MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
28 de agosto
Decadencia inconsciente
Uno de los mayores peligros que enfrenta el
cristiano es la inconciencia de su decadencia espiritual. El profeta Oseas
decía de Efraín (Israel): "Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo;
y aun canas le han cubierto, y él no lo supo" (7:9). Hay algo que Efraín
no sabía. Efraín presumía de muchas cosas, pero no conocía su real condición.
Él pensaba que tenía fuerzas, pero extraños lo habían devorado; pensaba que era
joven, pero ya le habían salido canas.
Las canas son señal de vejez, de
debilitamiento ¿Cómo no darse cuenta de que han comenzado a salir? G. Campbell
Morgan, en su libro "El corazón de Dios", habla acerca de la
'decadencia inconsciente': "Con frecuencia no sabemos descubrir por
nosotros mismos las señales de decadencia que están patentes a los ojos de los
demás, y seguimos en nuestro camino, inconscientes víctimas de una fuerza que
se disipa y que llega a estar moral y espiritualmente debilitada, sin saberlo.
Estamos ciegos ante las señales que a los ojos de quienes nos miran son
evidentes y bien visibles. No hay condición más peligrosa para nuestro
bienestar espiritual, que este tipo de decadencia inconsciente".
Pero hay más. Efraín había dicho:
"Ciertamente he enriquecido, he hallado riquezas para mí; nadie hallará
iniquidad en mí, ni pecado en todos mis trabajos" (Oseas 12:8) Aquí se
habla de dos asuntos: de las riquezas, y de la justicia propia. Él cree que las
riquezas son producto de su inteligencia o artificio. Pero ¿es así? El Señor
Jesús le dice a una Laodicea presumida. "Tú eres pobre", y agrega:
"Te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego". Las verdaderas
riquezas consisten en oro, pero no cualquier oro, sino el oro refinado en
fuego.
Efraín dice también: "Nadie hallará
iniquidad en mí, ni pecado en todos mis trabajos". Efraín ha asumido una
postura de justicia propia, muy contraria a
La justicia propia no necesariamente es una
postura deliberada y consciente. Bien puede haberse introducido furtivamente en
el corazón del creyente. En sus comienzos fue pobre, y se sabía pobre. Se
humilló delante de Dios y Dios le tuvo lástima y oyó su clamor, y le concedió
riquezas. Luego, se vio engalanado con ricos dones, recibió las alabanzas de
todos, y, en su necedad, llegó a pensar que tales dones le habían sido
otorgados porque era una clase especial de persona. Y así va surgiendo la
justicia propia. Así, una justicia imputada, viene a transformarse en una
justicia propia.
Este es el síndrome de Efraín. No es nuevo,
ni está circunscrito a un sector determinado de
Que el Señor nos libre de tan venenosa
actitud y presunción. Que, por la gracia de Dios, seamos hallados libres de tal
enfermedad.