MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
22 de agosto
La soledad
"La soledad no hace acepción de
personas: entra en el palacio y en la choza", ha dicho un autor cristiano.
Es cierto. Mucha gente padece y sufre por su soledad – a veces una
soledad crónica y depresiva. Muchos en su soledad han visto hundirse sus vidas.
Sin embargo, muchos también, en su soledad, han buscado a Dios y le han
hallado.
Es que la soledad aparta al hombre del
ruido, del tráfago incesante, y le permite escuchar a Dios. Porque el ruido
suele interferir entre el corazón y Dios. Un sabio antiguo decía: "Excusa
cuanto pudieres el ruido de los hombres, que de verdad mucho estorba el tratar
de las cosas del siglo". Hay afán y fatiga en el mundo que nos rodea.
Para los hijos de Dios, la soledad también
es necesaria. "A menos que salgas del mundo, donde la voluntad propia y el
placer personal reinan, nunca podrás vivir la vida en que el creyente busca
solamente ser un sacrificio agradable a la voluntad de Dios", ha dicho
Andrés Murray. Esa soledad es como "ir al desierto". Allí se desnudan
los móviles mezquinos del alma, y se conoce la voluntad de Dios. La expresión
"el desierto" es usada en muchas ocasiones en las Escrituras, no como
un lugar físico, sino como una circunstancia de la vida en la que hay soledad,
tristeza y dolor. Allí no hay vanidades que atrapen el corazón. Allí se está
solo con Dios y con sí mismo.
Por ejemplo, en el libro del profeta Oseas
el Señor le habla a Israel como un marido a su mujer. Aunque ella le había sido
infiel, Él todavía quería hablarle con ternura: "La atraeré y la llevaré
al desierto, y hablaré a su corazón" (2:14). Él esperaba que en el
desierto pudiera reencontrarse con el corazón de su amada.
En las Escrituras encontramos a muchos
siervos de Dios que fueron llevados por Dios a la soledad, porque allí él les
quería hablar al corazón. Moisés fue uno de ellos; David fue otro; Pablo
también estuvo allí. En el silencio, en la quietud, lejos del mundanal ruido,
Dios les habló, y ellos aprendieron las lecciones más importantes de su vida.
"Sólo en el silencio, el corazón puede esperar y escuchar a Dios",
dice G. Campbell Morgan.
Muchos temen a la soledad, porque le temen a
Dios y temen su juicio. Sin embargo, ¿no tenemos nosotros paz con Dios? ¿No
conocemos nosotros a Dios, quien es nuestro Padre? En la soledad crecemos en
profundidad, como cuando un árbol echa raíces para luego resistir el vendaval.
Luego de estar allí, en el silencio, el tiempo preciso; luego de crecer en el
conocimiento de nosotros mismos y en el conocimiento de Dios, podremos volver,
un poco más sabios, algo más crecidos, y con renovadas fuerzas, para seguir
avanzando en el camino de la fe.
Por tanto, la soledad –como la tristeza– es una ocasión para crecer en Dios, para
esperar en Él, para que se temple en nosotros el dulce y precioso carácter de
nuestro amado Señor Jesucristo. Así que, la soledad no debe ser tanto
"vencida", sino "aprovechada", para la gloria de Dios.