MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
20 de agosto
¿Por qué sufren los cristianos?
Las aflicciones y sufrimientos conforman un
alto porcentaje de la vida del hombre. Con razón se ha dicho que la vida humana
es un "valle de lágrimas". Esto es así no sólo para los que viven
lejos de Dios; también lo es para los hijos de Dios. Para ellos también
existen, como dice David en el Salmo 23, los valles de sombra y de muerte.
Hace algunos años, un conocido escritor
cristiano escribió un voluminoso tratado intentando desentrañar las causas del
sufrimiento en los hijos de Dios. Aunque el libro logra explicar algunas cosas,
su extraño (¿irónico?) título mueve a confusión: "Cuando lo que Dios hace
no tiene sentido". ¿Significa efectivamente eso? ¿Que hay veces en que lo
que Dios hace no tiene sentido? ¿Que el sufrimiento (o al menos, algunos) no
tiene sentido?
Muchas veces el cristiano, debido a su
ceguera, no le halla sentido a su sufrimiento. Pero
decir que el sufrimiento de los hijos de Dios no tiene sentido es atribuir a
Dios un despropósito. Si nosotros, siendo malos padres, procuramos el bien de
nuestros hijos, y dirigimos nuestras acciones para con ellos según un fin noble,
¿cuánto más nuestro Padre, que es santo, justo y bueno perseguirá un fin noble
con nosotros, sus amados hijos?
Todo nuestro sufrimiento persigue un buen
fin, porque Dios lo utiliza para nuestro bien, aunque en el momento que lo
estemos viviendo no lo entendamos así. "Y sabemos que a los que aman a
Dios todas las cosas les ayudan a bien…" (Rom.
8:28). La primera cosa necesaria cada vez que llega el sufrimiento es,
entonces, preguntar al Señor cuál es el objetivo de este dolor. Si él concede
la gracia para verlo, el sufrimiento tendrá sentido y será mucho más
soportable. Y sobre todo, permitirá al cristiano adoptar la actitud correcta,
no de queja, sino de adoración y aun de alabanza.
Quejarse de Dios, reclamar por el
sufrimiento, o imprecar en forma desesperada acerca del por qué de tal
aflicción, es deshonrar el bendito nombre de Aquel que nos amó tanto, que dio a
su Hijo para que nos redimiera de toda maldición y de toda angustia. Todo dolor
es pasajero, y toda aflicción es la mínima porción necesaria para nuestro
propio bien.
El propósito final de todo dolor es producir
en el cristiano verdadera contrición y humillación de espíritu. Persigue lo que
algunos han denominado "el despojamiento o vaciamiento del yo", para
que Cristo tenga la preeminencia en su vida y su conducta. Este es un proceso
necesariamente doloroso, porque el hombre se ama demasiado a sí mismo, y porque
su corazón es engañoso y muy desconocido para él (Jer.
17:9-10; Deut. 8:2-5). Sólo a través de este largo
proceso, el corazón va quedando al descubierto en toda su precariedad, a la par
que el carácter de Cristo va develándose a los ojos del creyente con su mayor
atractivo y esplendor. ¡Finalmente, el yo es despojado de su trono y Cristo es
entronizado! Entonces, su grato olor se hace sentir a través de ese pobre vaso
roto, de ese frasco quebrado (Mar. 14:3). ¡Entonces Cristo es plenamente
glorificado en sus siervos!