MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
16 de agosto
En su presencia
"Me levantaré e iré a mi padre..." (Lucas
15:18).
Cuán bendita es la visión que el Señor da de
su palabra a través de su Cuerpo. No de un hombre en particular, que tiene una
medida muy pequeña, sino del aceite que baja por todo el Cuerpo, y que baja de
la Cabeza (Sal. 133). El capítulo 15 de Lucas nos habla principalmente del gozo
del Señor, de la fiesta en el cielo cuando un pecador se arrepiente, y de la
alegría del Señor de que estemos en su presencia.
La parábola del hijo pródigo nos muestra,
entre muchas otras perlas, dos que nos gustaría destacar hoy. La primera se
refiere a nosotros los pecadores cuando nos alejamos del Padre. La segunda es
la forma en que el Padre nos recibe cuando nos arrepentimos y volvemos a él.
El Espíritu nos revela por esta parábola dos
formas en que nos alejamos del Padre, por el testimonio de los dos hermanos. A
ambos les fue repartida la herencia, lo que ya era algo inusual, porque sólo el
primogénito tenía derecho. Pero la parábola muestra que nuestro Padre no hace
acepción de personas, no hace diferencia entre un hermano y otro hermano; todo
lo que él da a uno, lo da al otro igualmente.
Todo lo que el Señor creó y dio al hombre es
para que lo disfrutemos, pero no separados de él (1ª Tim. 6:17). Todo cuanto el
Señor creó para el hombre, sean los bienes, la comida, la bebida, el sexo y
todas las cosas son para su gozo en la presencia de Dios. Los dos hijos
mostraron, uno de una forma y el otro de otra, cuán triste y vil es el hombre
cuando pretende gozar de las cosas que le fueron dadas por Dios, sin Dios
mismo.
Segundo, la forma como el Padre nos recibe
cuando nos arrepentimos y volvemos a la su presencia. El hijo que gastó todo
recordó cuán bondadoso era su padre con sus jornaleros. Si el Señor es bueno
aun con los ingratos y malos, ¡cuánto más con sus hijos! Él es lleno de
compasión. La actitud de nuestro Padre nos enseña también a los que somos
padres, que cuando el hijo volvió el padre no lo reprendió ni le dio un sermón,
sino hizo una gran fiesta. ¿Cuántas veces nosotros tratamos nuestros hijos
ásperamente? ¿O los alejamos con nuestra rudeza y nuestras imposiciones, en
lugar de atraerlos a nosotros? Entonces, ellos prefieren la compañía de los
amigos.
¡Cómo nos enseña nuestro Padre en esta
parábola! A él no le importa si alguien gasta o guarda como uno y otro hijo,
sino el deseo de estar en su presencia, alegrándonos con él en todo. En ambos
casos era necesario un arrepentimiento.
Muchos, como el otro hijo, piensan que
servir a Dios guardando sus mandamientos y vivir una vida religiosa es toda la
voluntad del Padre, pero no es así. Él anhela que nos alegremos y nos
regocijemos con él, y sus mandamientos no son gravosos.
Amados, ya sea que nos encontremos en uno o
en otro caso, es necesario arrepentirnos y volvernos al Señor, que es lento
para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la trasgresión
(Num. 14:18). Sirvámosle con alegría y no gimiendo.
¿De qué vale todo lo que el Señor nos da, si
no nos gozamos con él? Volvámonos a él, porque en su presencia hay plenitud de
gozo (Sal. 16:11).