MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
14 de agosto
Manantiales en el desierto
"Y los hijos de Zibeón
fueron Aja y Aná. Este Aná
es el que descubrió manantiales en el desierto, cuando apacentaba los asnos de Zibeón su padre" (Gén.
36:24).
Nada más se dice de este singular personaje
llamado Aná, excepto que era descendiente de Esaú, y que tuvo un hijo (Disón)
y una hija (Aholibama).
Lo importante parece ser el hecho de que
haya descubierto manantiales en el desierto (cosa que era como hallar un gran
tesoro) mientras apacentaba los asnos de su padre. Lo de los asnos nos recuerda
a otro hijo preocupado por servir a su padre con diligencia: Saúl. Ambos,
similares en esto, pero diferentes tal vez en todo lo demás.
Aná desempeñaba un
oficio despreciable y en un lugar poco atractivo. Aná
no debe de haber sido objeto de envidias de nadie. Aná
no debe de haber sido ni un buen pretendiente (ni siquiera se menciona su
esposa), ni el hijo favorito de su padre (probablemente era el menor). Pero Aná descubrió manantiales en el desierto.
Saúl se afanaba con las asnas antes de ser
rey, y David defendía al rebaño lejos de su casa antes de ser ungido el rey más
grande de Israel, el rey conforme al corazón de Dios. Este oficio menor
–realizado con esmero– les dio a ambos la
aprobación de Dios para desempeñar un oficio un poco mayor.
Un día cualquiera, tal vez el día más flojo
o el más triste. Quizá el día más rutinario de todos, Aná
lanzó una exclamación que rompió el tedio en kilómetros a la redonda: había
hallado un manantial.
En medio de la rutina de los días, todos
aparentemente iguales uno de otro, habrá algo que rompa la monotonía, y que le
dé valor a los innumerables ratos de silencio y de olvido. Porque Dios examina
con cuidado la tierra de los hombres para atender al corazón de los mortales, y
acordarse de que son polvo, y de que sin Él no son nada. Absolutamente nada.