MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
2 de agosto
El problema de la ira
"La ira es un ladrón de momentos
preciosos", ha dicho un escritor. Se los roba, y luego se va, dejándonos
arrepentidos, ridículos y con una tremenda deuda que saldar.
Sin embargo, la ira es más que eso. No sólo
nos roba los momentos preciosos, porque la vida es más que un conjunto de
momentos preciosos. El gran problema de la ira está señalado en Santiago 1:20:
"Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios".
Un hombre poseído por la ira se enceguece,
sus pensamiento se alteran, su buen juicio se trastorna, la realidad se le
distorsiona, los hombres pierden su dignidad, las circunstancias son un simple
escenario para el lucimiento de un caballo desbocado.
Moisés fue separado de la tierra por la cual
soñó muchos años, por causa de un extraño arrebato de su carácter manso. Sansón
caía con frecuencia en estos arrebatos, y aun el apóstol Pablo, no estaba
exento de ella. Y si no, que lo diga el sumo sacerdote Ananías,
a quien trata de "pared blanqueada" y le anuncia el juicio de Dios (Hech. 23:1-5). Pero él le puso freno, y rápidamente da
marcha atrás. Luego, en una de sus epístolas, dice: "Airaos, pero no
pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo" (Ef. 4:26).
El problema de la ira es que impide que la
justicia de Dios obre. Y si la justicia no obra, entonces la gracia tampoco lo
hará (Rom. 5:21). En tal caso, queda neutralizado el
poder de Dios en la vida del cristiano.
El Señor dijo: "Bienaventurados los
mansos", y "Bienaventurados los pacificadores". Dijo también:
"Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y
cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y
cualquiera que la diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego".
Todo cristiano ha de revisar profundamente
este asunto, porque la ira como un ejercicio habitual, trae gran daño al
testimonio de un hijo de Dios. Pero, como para todas las cosas, hay en Cristo
un remedio para el problema de la ira.