MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
1 de agosto
La espada que traspasa el alma
Juan 20:25-27.
Aquel día frente a la cruz, María debió de
recordar claramente las palabras que aquel anciano, Simeón, le había dicho
hacía más de treinta años en el templo de Jerusalén: “Y una espada
traspasará tu misma alma”.
En ese momento, María no había entendido.
Estaba tan llena de gozo oyendo lo que la gente venía a decirle a su pequeño
Hijo, que no atendió esas palabras frías y taladrantes. ¿Una espada traspasando
el alma?
Es verdad que a medida que el Niño fue
creciendo, ella le vio sufrir mucho, y su sufrimiento era también el de ella,
hasta donde podía sentirlo. Los desprecios que recibió eran también para ella.
¿No es así para una madre?
Sin embargo, ahora, al estar aquí, frente a
la cruz ¿Cómo es que no muere, si tiene una espada clavada en medio de su alma?
¿Cómo es que puede soportar ver a su Hijo allí, colgando, desgarrada su carne,
y perdiendo minuto a minuto a chorros su sangre, su vida, sin que ella pueda
evitarlo? ¿Cómo es que no arremete por entre esa turba para quitarlo de la
cruz? ¿Cómo es que...?
¡Oh, la espada no
puede ser quitada de su alma! ¡Su Hijo no puede ser quitado de la cruz!
Todo hijo es defendido por su madre, aunque
en ello le vaya
Tal como el Padre, allá lejos, vuelve su
rostro para no verle, ella aquí, frente a la cruz, inclina la cabeza para no
mirarle. Y aun, tal vez, tapa sus oídos para no oír sus desgarradoras palabras.
Su cabeza se recuesta débilmente sobre el
pecho de Juan. Es todo su consuelo. Por dentro, siente una perceptible fuerza
que le sostiene en pie. Eso es todo.
Dos seres viven ese día su momento más
amargo. Es el dolor del que ama, ante el ultraje el Ser amado. Uno de ellos,
Grande, Sublime, Eterno: Es Dios el Padre. El otro es una pobre (aunque
bienaventurada) mujer, de carne y hueso, ahí junto a la cruz, con una espada
que traspasa su alma.