MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

7 de abril

 

Una nueva realidad

 

  En Efesios capítulo 2 se nos muestra cómo Dios trató con judíos y gentiles para obtener de ambos pueblos una nueva realidad: la iglesia.

   El método de Dios no fue producir una fusión de ambos pueblos tan distantes, y tan distintos en historia y condiciones. Hubiera sido una tarea imposible, una obra hecha con remiendos de condiciones humanas disímiles e irreconciliables.

   Uno de esos pueblos –el judío– tenía, según su parecer, muchas cosas en sí mismos de qué gloriarse; en cambio, el otro –los gentiles– tenían mucho en sí mismos de qué avergonzarse. Al gloriarse o avergonzarse, ambos estaban tomando como regla de medida su propia justicia o injusticia. Pero ni las justicias de uno ni la multitud de pecados de otros, son ni ayuda ni obstáculo para la obra de Dios. En Cristo, las justicias de unos no son méritos, ni la defección de los otros son impedimento para Dios. Lo que Dios quiere es que nuestra única referencia sea Cristo, para remover todas aquellas cosas humanas, y establecer lo de Dios en nosotros.

   Por eso, lo que Dios hizo fue algo totalmente diferente: llevó a la muerte a esas dos realidades anteriores en la cruz de Cristo, para que en su resurrección surgiera algo totalmente nuevo: "un solo y nuevo hombre" (2:15). El objetivo de Dios no fue sólo obtener de ambos un solo hombre, sino un nuevo hombre. Uno procedente de la resurrección, que no tuviera huellas de aquellos pasados irreductibles.

   Pablo ilustra muy bien cuál era la actitud que producía la justicia de Cristo en un judío convertido a la fe. "Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle..." (Fil. 3:7-10a).

   Sus antiguas justicias eran como basura. Y Pablo está dispuesto a tirar aquellas cosas al tacho, con un doble objetivo: para ganar a Cristo y para conocerle. Sin pérdida no hay ganancia. Si no abandonamos nuestras miserables riquezas, no obtendremos la preciosidad de Cristo.

   En este tiempo, Cristo sigue edificando su iglesia con estas dos clases de personas: los que se consideran mejores, y los peores. Si los primeros no están dispuestos a tirar toda su basura religiosa –el motivo de sus glorias pasadas– no podrán venir a ser uno con aquellos que no traen nada, sino vergüenzas. No podrán dejar de presumir, y de cansar a sus hermanos con vanidades que no merecen otro lugar que el estercolero.

   El profeta antiguo ya lo decía: "Todas nuestras justicias (son) como trapos de inmundicia" (Is. 64:6). Y, claro, Cristo no construye su iglesia con esa clase de cosas.