MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

5 de septiembre

 

Crecimiento espiritual

 

"...hasta que todos lleguemos..." (Efesios 4:12).

 

   A pesar de que muchos ya lo han dicho, y se ha escrito mucho sobre el crecimiento espiritual, siempre es bueno recordar las cosas que nos son enseñadas por el Espíritu, pues, como dice nuestro hermano Pablo, es seguro para nosotros.

   Es muy claro en las Escrituras que Dios no quiere hijos carnales, bebés en Cristo, ni aun niños inconstantes, sino hijos maduros, en estado de hombres perfectos, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13). Cuando Pablo dice en 1ª Corintios 3:1 que no pudo hablarles a ellos como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo, nos revela claramente del propósito de Dios: que lleguemos a ser espirituales.

   En lo que respecta a nosotros los cristianos, toda la Escritura habla de regeneración, esto es, del nuevo nacimiento, y después de crecimiento y fructificación (Mar. 4:26-29). Juan usa también estas etapas de la vida cristiana comparándolas con el desarrollo y crecimiento del ser humano cuando habla sobre niños, jóvenes y padres (1ª Juan 2:13-14).

   Para esto el Señor envió su Espíritu, el Paracleto, el enseñador, porque no él miró solamente a la salvación, sino también a su Reino. Él anheló traer muchos hijos a la gloria, y esto desde antes de la fundación del mundo. Hijos de adopción, hijos maduros en Cristo, reyes y sacerdotes (Ef. 1:5).

   El gran engaño, tal vez por falta de conocimiento, es que muchos piensan que esta madurez podrá ser alcanzada individualmente o que será completada cuando recibamos un cuerpo glorificado. Lo que cada uno de nosotros necesita saber es que iremos al tribunal de Cristo con la misma medida que nos encontremos en el momento del arrebatamiento. Por ejemplo, si el Señor vuelve hoy, nuestra medida será aquella que tenemos hoy. El fuego va a probar la obra de cada uno, y si lo que hemos edificado fuere paja o madera, ésta se quemará, y sufriremos un perjuicio eterno (1ª Cor. 3:13-15).

   Nuestra vida cristiana no será acrecentada un milímetro después de la redención de nuestro cuerpo, pues se presentará con la medida que tengamos. Jesús nos enseña esto claramente en la parábola de las diez vírgenes y de los talentos (Mt. 25).

   Es necesario también que comprendamos que nadie puede crecer individualmente. Este crecimiento no es posible individualmente porque necesita de la justa operación de cada miembro (Ef. 4.16). El hombre perfecto que nos enseñan las Escrituras es Cristo resucitado, el nuevo hombre. Un cuerpo formado por varios miembros y bien ajustado, donde la cabeza es Cristo (Col. 2:19). Para esto Su poder opera eficazmente: para presentar a todo hombre perfecto en Cristo (Col. 1.28), hasta que todo esté lleno de Él (Ef. 4:10).

   Cuando Jesús vuelva, él no anhela una esposa bebé, ni una niña, sino una mujer hermosa. Mientras la iglesia no alcance esta etapa, será necesaria la edificación: "Tenemos una pequeña hermana, que no tiene pechos; ¿Qué haremos a nuestra hermana cuando de ella se hablare? Si ella es muro, edificaremos sobre él un palacio de plata; si fuere puerta, la guarneceremos con tablas de cedro" (Cant. 8:8-10).