MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

19 de mayo

 

La gloria del hombre celestial

 

   Al finalizar la creación original, y como culminación de ella, Dios creó al hombre. De todo lo creado, el hombre fue lo más importante, la 'opera prima'.

   Sin embargo, a poco andar, el hombre cayó, el pecado entró por él en el mundo, y por el pecado la muerte. Así, la obra maestra de Dios se desvirtuó. Cuando el hombre cayó, se produjo un desarrollo distorsionado de su personalidad. Su alma –su capacidad de conocer– adquirió ribetes desproporcionados; su espíritu murió, y desde ahí el hombre fue un ser que vive por su alma.

   Pese a eso, el hombre es el rey de la creación. Especialmente para el hombre, para el científico, para el humanista, que aún se deslumbra por la perfección de su ser, por el increíble potencial de su mente. El hombre se asombra del hombre, especialmente de aquel que alcanza un desarrollo mayor de su potencial humano. ¿Quién no se asombra ante la capacidad de un Einstein en el plano científico, o un Beethoven en el artístico? En ellos la capacidad humana luce en todo su esplendor.

   Sin embargo, para Dios el hombre no es la máxima creación; es decir, no es la gloria de su creación. Sumido en el pecado, esclavizado por el diablo, enemigo de Dios, ha perdido la gloria de Dios, para sumirse en la condenación.

   Cuando Cristo murió en la cruz, el antiguo hombre, el viejo hombre, Adán con toda su gloria decadente, fue juzgado. Por eso la Escritura lo llama "el postrer Adán". Con él se cerró una creación vieja, pecaminosa, distorsionada. Pero cuando el Señor Jesús resucitó, surgió una nueva creación, un nuevo hombre, incontaminado, perfecto, celestial. La muerte de Cristo acabó con lo viejo; en tanto su resurrección introdujo lo nuevo.

   La Biblia dice que en la cruz el Señor Jesús "creó en sí mismo" un nuevo hombre (Ef. 2:15). El anterior fue creado Dios con sus manos, al tomar el barro y modelarlo. El nuevo, en cambio fue creado "en sí mismo", en Cristo, como un hijo es formado en el vientre de su madre. El anterior fue creado externamente; el nuevo hombre, en el interior de Cristo. Tal como Eva fue creada de Adán – en esa preciosa figura de Cristo y la iglesia.

   El nuevo hombre es infinitamente superior al antiguo. El primero fue hecho un ser individual; el segundo es un ser colectivo, compuesto por muchos hombres y mujeres que han venido a ser un solo ser en Cristo y con Cristo. La gloria de Dios en el segundo hombre consiste en hacer de los muchos –muchas voluntades, inteligencias y sentires– uno solo. ¿Cómo es posible que los muchos vengan a ser uno solo? Esa es la maravilla de la obra de la cruz. La cruz objetiva –de Cristo, en la cual nos incluyó– y la cruz subjetiva aplicada a cada hijo de Dios, en la cual cada uno es quebrantado en su individualismo, para venir a ser uno con todos los hijos de Dios.

   Cuando todas las cosas dejen de ser –los cielos y la tierra pasarán, con toda la gloria del viejo hombre– entonces quedará una sola cosa en pie: Cristo y la iglesia, este nuevo hombre, el hombre celestial, un solo ser, una sola mente, un solo sentir. ¡Alabado sea el Señor por ésta, su obra maestra!