MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

9 de mayo

 

Vasos, sólo vasos

 

  Al principio de nuestra vida cristiana, estamos con todo el vigor y la fuerza, prontos a mostrar nuestras capacidades propias en cualquier servicio en la obra de Dios. Somos como niños que imitan a sus padres en sus profesiones.

   Este es un tiempo precioso, no para trabajar, sino para conocer a nuestro Padre y a nuestro Señor Jesucristo. Como niños, todavía somos carnales (1ª Cor. 3:1), somos inconstantes (Ef. 4:14), y el Señor aún no puede utilizarnos en cualquier buena obra: "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (2ª Tim. 3:16-17).

   A medida que crecemos en su gracia y en su conocimiento, aprendemos que todo está en Cristo. En él está la fuerza, la sabiduría, el poder, la victoria y todas las cosas (Ap. 5:12). Cristo es el todo y en todos: "Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos" (Col. 3:11).

   Como un buey nuevo que es uncido a un mismo yugo con un buey viejo (Mat. 11:28-30), vamos aprendiendo día a día a rendir nuestras fuerzas en sujeción y a gloriarnos sólo en Aquel en quien está todo el poder, la fuerza y la sabiduría: "Si es necesario gloriarme, me gloriaré en lo que es de mi debilidad" (2ª Cor. 11:30). "Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia" (1ª Cor. 1:28-29).

   En la obra del Señor somos vasos, sólo vasos. Podemos ser vasos de honra o de deshonra: "Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra" (2ª Tim. 2:21). Antes de ser purificados, somos vasos de deshonra y no de honra en su gran casa.

   Para ser vasos de honra, útiles para toda buena obra, primero necesitamos ser purificados, limpios, santificados. Es necesaria la operación de Su Palabra y de la cruz para hacer morir todo lo nuestro, nuestra carne, fuerza y capacidad – todo lo que deshonra al Señor.

   Entonces, tras ese proceso purificador, sí llegamos a ser vasos de honra. Seguimos siendo vasos, vasos de barro, hombres con toda debilidad, pero conteniendo y mostrando un tesoro y un poder que no procede de nosotros, sino de Dios: "Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros" (2ª Cor. 4:7).

   Antes de ser purificados, buscamos honra y gloria para el vaso, pero después de purificados, la honra pasa a pertenecer a quien está en el vaso y no al vaso. Si queremos ser vasos de honra, primero seremos purificados de nuestra vanidad, de lo que es vil, vano, para que no aparezca la fragilidad del vaso, sino el tesoro eterno que está en nosotros: Cristo.

   Somos vasos, sólo vasos, en Su Casa. De honra o de deshonra. Si es visto Cristo, es de honra; si no es así, es de deshonra.