MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

8 de marzo

 

El paralítico de Betesda

 

   El encuentro del Señor Jesús con el paralítico de Betesda es uno de los más significativos y conmovedores. La historia de este hombre se remonta a casi cuatro décadas, en que sólo ha conocido el olvido y la orfandad. Treinta y ocho años buscando, y treinta y ocho años regresando frustrado. No sé si podemos calibrar lo que eso significa, a menos que hayamos estado un largo tiempo esperando lo que nunca llegó.

   Cuando el ángel descendía para tocar las aguas y volverlas salutíferas, otros se le adelantaban; cuando él llegaba, ya era tarde. Las aguas habían perdido el poder, y eran aguas comunes, como las de todos los días. El difícil impulso esperanzado se trocaba en desazón e impotencia.

   ¿Cuántas cosas suceden en treinta y ocho años? Muchos ya nacieron y murieron en el límite de esos años. Vidas enteras vivieron, sufrieron y murieron ya, pletóricas de fuerza; y los treinta y ocho años aún no se han cumplido. Muchos días nacieron y murieron; todas las esperanzas que alguna vez hubo ya se fueron, y dejaron vacío el corazón de toda luz.

   A los treinta y ocho años ya no se espera nada. Las fuerzas hace rato ya se agotaron. La mirada ya se cansó de buscar, y ya no ve más allá del espacio necesario para dar el corto próximo paso. Por eso, cuando aquel Hombre que se acerca, le dice: ¿Quieres ser sano?, la pregunta debió sonar casi hiriente. Y la explicación que da (no fue un rotundo sí), revela toda la profunda hondura de su desesperanza.

   El Señor no duda en sanarlo porque fuera ese día el 'sabath', tan idolatrado por los judíos. Se echa a los hombros el dolor de este hombre, como también las furias de los religiosos ciegos. A uno y a los otros deberá cargarlos, pues nada podría impedir su larga tarea bienhechora.

   El hombre paralítico es usted y soy yo. Nada puede hacer un hombre tras treinta y ocho años de postración, salvo recibir misericordia. Cualquier cosa que usted le pida no podrá hacer, sino recibir. Si el Señor no se acerca, usted no podrá ir a él, y si usted no puede llegar a él, no podrá ser sanado. ¿Cómo hacer? Hay una distancia entre usted y Dios, que usted no puede salvar. Hay una limitación fundamental que no se puede superar.

   Pero llega el día en que el Señor se acerca, y le habla al corazón. Usted puede oír su voz, y sentir que el día de su redención ha llegado. Pese a que resulta casi increíble, ahí está, pronto a socorrerlo. Sus músculos entumecidos, agarrotados, reciben luz como de un potente sol, y se calientan. Las articulaciones se tornan flexibles, y puede caminar. En tanto tiempo nunca lo aprendió a hacer, pero ahí está, caminando.

   Parece increíble que usted pueda caminar con Dios ahora, libre, sin impedimento, y con ánimo renovado. Todo lo que estaba apagado se enciende; lo que estaba muerto, resucita. Dios le sonríe de nuevo. En realidad, nunca estuvo ausente, pero usted estuvo lejos. Por eso Señor dijo al paralítico: "Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor".

   Estamos en pie, sanos, no pequemos más.