MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

19 de julio

 

El lenguaje de la esclavitud

 

   En Éxodo capítulo 5 se puede advertir claramente la diferencia entre el lenguaje de la fe y el de la esclavitud. El lenguaje de la fe allí es el de Moisés; el de la esclavitud es el de Israel. Moisés entra a la presencia de Faraón con su mensaje de parte de Dios. El Señor le manda a decir: “Deja ir a mi pueblo”. Y Moisés le dice: “Iremos y ofreceremos sacrificios a Jehová nuestro Dios”. Dios reconoce en ellos a su pueblo, y Moisés reconoce en Jehová a su Dios. Todo está bien.

   Pero, ¿qué ocurre con Israel? Ellos no conocen ese lenguaje, porque son esclavos. Ellos no están conscientes aún de quiénes son. Cuando comparecen ante Faraón, oprimidos por el trabajo doble que se les ha impuesto, le dicen: “¿Por qué lo haces así con tus siervos? No se da paja a tus siervos, y con todo nos dicen: Haced el ladrillo. Y he aquí tus siervos son azotados y el pueblo tuyo es el culpable”.

   Las expresiones en bastardilla demuestran que ellos manejaban el lenguaje de la esclavitud, no el de la fe, no el de la dignidad de escogidos de Dios. Ellos se ven a sí mismos como siervos de Faraón, no de Dios. Obviamente, en esas condiciones, Dios no podía ser creído por ellos.

   Cuando las cosas comienzan a salir mal, ellos se levantan contra Moisés, diciendo: “Nos habéis hecho abominables delante de Faraón y de sus siervos, poniéndoles la espada en la mano para que nos maten”. En vez de unirse a su libertador, se le oponen.

   El lenguaje de la esclavitud todavía se sigue oyendo en labios de muchos hijos de Dios. Los muchos años bajo el dominio del diablo y del pecado, ha provocado un daño muy grande en la manera de pensar. Siendo así, resulta más fácil seguir usando el lenguaje de la incredulidad que el de la fe. Por eso la Palabra nos insta a una renovación del espíritu de nuestra mente (Ef. 4:23) y a un cambio de lenguaje. Para que ello sea posible hemos de nutrirnos con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1ª Tim. 4:6), y la palabra de Cristo ha de morar en abundancia en nosotros (Col. 3:16).

   La dignidad que tenemos como hijos de Dios hace necesario que actuemos y hablemos como tales.