MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

10 de julio

 

La viuda de Sarepta

 

   El pasaje de 1 Reyes 17:18-24 nos habla del profeta Elías siendo enviado por Dios a una viuda de Sarepta. Sarepta significa ‘la casa del orfebre’. Es muy interesante. El Señor muestra preciosidades de su divinidad en este texto, con el sentido de purificar y moldear a su iglesia como un candelero.

   El profeta es figura de Cristo, y la viuda es figura de la iglesia. El profeta es enviado a Sidón, una tierra gentil, que somos nosotros. Luego lo vemos pidiendo que primero le sea dado a él: “Hazme a mí primero… una pequeña torta” (v. 13). Vemos este principio en toda la Escritura, sea de una viuda pobre (Mar. 12:42-43), o de un joven rico (Mat. 19:16-22). El siervo siempre debe dar primero a su Señor, y después puede sentarse él a comer. De esta manera, en la casa del Señor, el siervo nunca pasará necesidad (Luc. 17:7-9).

   Él pide que primero le sea dado a Él, no porque espera algo de nosotros, o que algo proveniente de nosotros sea bueno, sino para quitar aquello que es nuestro; quitar aquello en lo cual ponemos nuestra confianza y que aun es nuestra seguridad, para darnos de Sí mismo (Luc. 9:23-24).

   Como la viuda, nosotros guardamos en lo íntimo aquello que más nos gusta, lo que nos alimenta, en lo que ponemos nuestra confianza y nos mantiene vivos. Después que la viuda dio todo lo que ella tenía al profeta, no le faltó nada más. ¿Quién es el Pan de vida, sino nuestro propio Señor? El pan de nosotros es perecible, mas el Pan que descendió del cielo es alimento eterno.

   Pero aquí también hay algo que nos enseña mucho. ¿No dice el versículo 12 que ella también quería comer y luego morir? ¿Por qué entonces, cuando su hijo murió, ella se angustió y reclamó al profeta? ¿No estaba dispuesta a morir? Es así como consideramos la operación de la muerte en nosotros. Nos gusta hablar de ella, predicar sobre la cruz y su obra en nosotros, de la muerte del yo; pero, cuando viene como disciplina para nuestra santificación, nos quejamos (Prov. 3:11-12).

   Consideramos bueno hablar sobre la cruz y verla obrando en nuestros hermanos, pero cuando opera en nosotros, también decimos como la viuda: “¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades?”. Cuando viene a nosotros, vemos que duele demasiado, y preguntamos: ¿Por qué a mí? ¿Cuál ha sido mi pecado?

   Pero algo glorioso ocurrió con aquella viuda. Cuando lo perdió todo, ella pudo experimentar la vida de resurrección. Dios nuestro Padre hizo la herida, y él la sanó (Os. 6:1-2). Podemos estar sufriendo pérdida, pero es de lo viejo para ser revestidos de lo nuevo. Purificando aquello que es temporal, para que ganemos aquello que es eterno y mucho más glorioso (2ª Cor. 4:16-18).