MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

5 de julio

 

La fe y la incredulidad

 

   El Señor Jesucristo, conocedor de todo y de todos, no se asombraba con facilidad. Sin embargo, hay dos cosas que le maravillaron mientras estuvo en la tierra: la fe y la incredulidad de los hombres. La fe de los que no debían tenerla, y la incredulidad de quienes debieron creer.

   Cierta vez se acercó a Jesús un soldado romano de cierto rango –un centurión– y le trajo una preocupación que tenía: su criado estaba postrado en cama, gravemente enfermo. El Señor lo tranquilizó en seguida, diciéndole: "Yo iré y le sanaré". Entonces el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará".

   Y luego agregó una explicación, que fue lo que más sorprendió a Jesús: "Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace". Jesús entonces dijo a los que le seguían: "De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe" (Mateo 8:5-10).

   En el plano espiritual, el centurión atribuyó a Jesús la máxima autoridad, porque bastaría una orden suya para que la enfermedad retrocediese. Cuando se está en la cima del mando, una orden es irrevocable, y todos deben obedecer. Jesús es el Señor (el Kyrios). Por eso, aunque la casa de este soldado podía abrirse para recibir a un grande hombre (tal vez al mismo emperador), no era digna de recibir al Kyrios en ella, al Señor de toda la tierra. ¡Bienaventurados los que creen! (Hebreos 11:6).

   Veamos ahora el otro motivo de asombro que tuvo el Señor. En su soberanía insondable, Dios escogió a la ciudad de Nazaret para que Jesús pasara allí su infancia y juventud. Nazaret fue, en este sentido, una ciudad altamente favorecida. Sin embargo, la actitud que tuvo para con Él fue desdichada. Teniéndolo a Él allí le menospreciaron, y aun más, quisieron matarle.

   Ellos se escandalizaron del hombre que habían visto crecer corriendo por sus calles, jugando con los demás niños. Ellos decían: "¿De dónde tiene éste estas cosas?¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de Él" (Mar. 6:2-3). Reconocían que era un hombre extraordinario, porque su sabiduría y sus hechos portentosos eran irrefutables; sin embargo, tropezaban en que era demasiado familiar para ellos, ya que conocían su origen y su familia. Y por causa de la incredulidad de ellos, no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. ¡Jesús estaba asombrado de la incredulidad de ellos! (Mar. 6:6).

   La fe y la incredulidad: dos actitudes extremas; dos formas de vida opuestas; dos suertes con distinto destino. Las dos causaron el asombro de Jesús, pero una para bien y otra para mal. ¿En cuál de los extremos se ubica usted? No hay, como usted ve, posiciones intermedias.