MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

5 de agosto

 

No florero, sino canal

 

  El mensaje de Dios siempre va dirigido al corazón. El corazón es el centro de toda la actividad espiritual del hombre, por eso Dios se dirige allí.

José habló al corazón de sus hermanos y los consoló, luego de que ellos se afligieran temiendo la represalia de su hermano (Gén. 50:21). Pablo hablaba al corazón de sus oyentes, por eso, ellos eran conmovidos y atraídos por su palabra (Hech. 16:14). El Señor mismo, en su ternura por su pueblo rebelde, decide llevarlo al desierto, y hablarle allí al corazón (Os. 2:14).

   Sin embargo, no siempre los que hablan de parte de Dios dirigen su mensaje al corazón. No siempre reconocen que el mayor problema del hombre está en su corazón, no en su mente. El abismo más grande que el profeta de Dios ha de llenar es el corazón del hombre.

   Abundan mucho los predicadores que hablan un mensaje para la mente; un mensaje que bien puede despertar admiración por las dotes exhibidas o por la erudición mostrada, pero que no satisface el hambre espiritual. Tales son predicadores secos, sin el Espíritu, que no han saciado su propia sed ni tampoco pueden saciar la de otros.

   Cuántos púlpitos son ocupados por predicadores que se han llenado la cabeza de información bíblica, y que lo único que esperan es poder traspasarla a la mente de sus oyentes. Lo que sale de una mente ensimismada y fortalecida sólo puede ocupar el lugar en la mente de los demás. Entonces, los que tienen la desgracia de escucharle no oirán a Dios, ni recibirán consuelo por la Palabra. Ellos seguirán siendo por mucho tiempo como el ciervo que brama, insatisfecho, por las corrientes de las aguas.

   Cuántos predicadores hay que buscan el tema de su mensaje en un libro, en un periódico, o en un manual del predicador. Tales cosas difícilmente pueden traer vida a los que lo oigan, porque la Palabra de Dios surge en el corazón de Dios.

   ¿Qué hará el que espera hablar de parte de Dios? Simplemente, oír lo que hay en el corazón de Dios para luego canalizarlo hacia el corazón del hombre. El predicador no es florero, ni pozo, ni siquiera vaso. En cuanto profeta es, simplemente, un canal.